El Big Bang de Rafael Montilla.
Por: José Gregorio Noroño
Wifredo Lam dijo que “un verdadero cuadro es aquel que tiene el poder de hacer trabajar la imaginación, incluso si esto exige tiempo”. Rafael Montilla comenta que en noviembre de 2017 visitó una galería en Florida que mostraba una exposición del venezolano Rolando Peña (El príncipe Negro), cuyas paredes estaban pintadas totalmente de negro, con la mayoría de las obras de color dorado. La propuesta de Peña impresionó de tal modo a Montilla que ante ella experimentó la explosión del Big Bang, sensación que conservó en su mente para luego procesarla en su imaginación hasta concebir y materializar, después de seis meses, la obra que hoy titula, justamente, Big Bang. Homenaje a Rolando Peña. “Vi, tal cual lo plasmé en mi obra” –refiere Montilla. Claro, todo creador ve con los ojos de la imaginación, madre de la ciencia, la religión y el arte, áreas que han teorizado, especulado e interpretado el origen y evolución del universo, coincidiendo en que esa “primera causa” es obra de una gran explosión y expansión.
Varios cosmólogos dicen que el universo se inició con la explosión y expansión de un átomo primigenio, lo que han denominado como Big Bang; que el tiempo y el espacio tuvieron un inicio finito que corresponde al origen de la materia y la energía; que el universo está en permanente expansión. Con respecto a la religión, algunos teístas del hinduismo aluden a la creación del universo en sus narraciones del Bhagavata Purana, donde se describe un estado primordial que se expande mientras el Gran Vishnú observa, transformándose en el estado activo de la suma total de la materia. Y en la Biblia cristiana, en Isaías 40.22, se lee: “Él extiende los cielos como una cortina, los despliega como una tienda para morar”.
Al ver la obra de Montilla todos mis sentidos quedaron como suspendidos en el tiempo y en el espacio, y mi razón dio paso a mi imaginación. Frente a ella, como Montilla ante la propuesta de Peña, quedé arrobado por el impacto que suscita el formato y el acentuado movimiento vibrante en espiral que se desprende del centro. Montilla logra transmitirnos, desde la experiencia que vivió dentro de la sala que exponía la obra de Peña, la idea de una energía interna concentrada, que al manifestarse se expande sin perder su punto de origen. Uno siente una enigmática energía condensada que al liberarse se expande envolviendo nuestro universo individual y colectivo, sin detenerse. Experimentamos en ella una suerte de energía pura con principio, que suponemos sin fin. Una energía que va de lo micro a lo macro, propagándose por todo el espacio. Con mínimos recursos plásticos Motilla nos transfiere esta significativa impresión.